SPAN 445: Senior Seminar on Latinx Memoirs, Fall 2018
Cuando tenía siete años mi familia y yo nos mudamos a los estados unidos a un pueblo pequeño, de solo 262 personas. Coulter era un pueblo muy pequeño, quedaba en el medio de la nada, y sólo había maíz por todo los lados. Mi familia era la única familia hispana. Por ser la única familia de pueblo durante el tiempo que estuve creciendo no tuvimos amigos hispanos con quien practicar en español, y así aprendí el inglés porque platicaba solo en inglés con mi amigos. Mi familia es oriunda de un pueblo donde se habla un dialecto llamado Purépecha/Tarasco. Con mis padres no hablábamos español, sino Purépecha/Tarasco. A mi me gustaba mucho hablar Tarasco y por eso cuando hablaba con mi familia siempre hablaba en Tarasco. Con el tiempo deje usar el español, y al pasar de tiempo se me olvidó.
El verano cuando cumplí 17 años, el tío de mi cuñado, el esposo de mi hermana decidió abrir un restaurante mexicano 10 millas de mi pueblo. Mi cuñado me ofreció un trabajo con ellos. Ya que tenía edad y no tenía dinero, me apunté a trabajar. Estaba muy contenta de haber conseguido trabajo y sin aún haberlo buscado.
Cuando empecé a trabajar era un día caluroso. Me arreglé para ir a trabajar. Estaba tan feliz de empezar mi nuevo trabajo; lo veía como una transición a la vida adulta. Pensaba que esto me iba ayudar con la transición que tenía que hacer unos años después, cuando me graduaría del colegio.
Cuando llegué no todo fue color de rosa.
Llegué con una disposición inocente y con una sonrisa de oreja a oreja. Pero muy pronto se me quito esa sonrisa. Casi toda la gente que trabajaba en el restaurante era Mexicanos y hablaba español. Al verme, me hablaban en español, también. Yo, en ese tiempo si podía entender ni una pizca de español. En unas horas todo los que trabajan allí se dieron cuenta que no podía hablar español. Cuando se dieron cuenta estábamos muy ocupados, todos me daban órdenes diferentes, de llevar cosas, limpiar mesas, y de sentar a la gente que llegaba. Yo les respondía sí con un movimiento de la cabeza. Mi cuñado sabia que no hablaba bien el español y se comunicaba conmigo en inglés.
Ese día me sentí tan perdida. Sentía que mi cabeza se me iba explotar, no sólo porque estaba muy ocupado el restaurante pero también porque no entendía lo que me decían.
Mi primer día fue estresante y loco. Cuando mis compañeros se dieron cuenta de que no podía hablar español los que si sabían hablar inglés me hablaron en inglés. El inglés limitado que conocían, lo usaban conmigo. Al final del día cuando se había calmado el restaurante, todos estuvieron muy sorprendidos que no podía hablar español. Muchas de esas personas eran muy amigos o familiares de mi cuñado y me preguntaban por qué no podía hablar español. Solo les podía responder con un “no sé”. También me decían cosas como que “tenía la nopal en la frente y sin poder hablar español.” Inicialmente, no entendía la frase. Ahora sé que se referían a una persona estereotípica de México como, de piel morena y pelo negro.
Ese primer día había mucho en mi mente. Tuve mucha vergüenza por no poder hablar español. Nunca me había sentido así; me daba hasta pena hablar con mis compañeros. Todo mis hermanos mayores y padres podían hablar bien el español. En ese momento, me arrepentí de no haber tomado el tiempo y hecho el esfuerzo de seguir hablando español.
Los días pasaron y todos los que trabajaban allí me decían que con ellos iba aprender hablar español otra vez. Esto me dio muchísima alegría. A las tres semanas de haber empezado el trabajo, mi padre tuvo que ir a México. Por primera vez en MUCHOS anos, decidí ir con el. Yo lo tomé como una oportunidad para aprender más español. Cuando llegamos a la frontera de México y los estados unidos tuvimos que esperar varios días antes de pasar por el permiso del carro.
Cuando, al fin nos dieron los permisos y estábamos en camino a cruzar la frontera, me encontraba muy contenta. En la frontera hay varios diferentes retenes donde revisan los documentos para verificar que todo esté en orden. Pasamos los primeros retenes sin dificultad, con luz verde. En los primeros retenes todas las preguntas se la hacían a mi padre. El respondía mientras que yo escuchaba tranquilamente.
Ya casi estábamos en México, pero en el último reten algo cambió. Se nos acerco un soldado y nos empezó a preguntar porque íbamos a México y cuánto tiempo íbamos a estar en México . Mi padre de nuevo respondió a las preguntas en español. Entonces, el soldado me miró con cara rígida, y me empezó a hacer más preguntas. Yo, con miedo, le respondía con palabras y frases cortas. Tenía miedo. porque me preguntó dónde había nacido, y le respondí, “en México.” Él me preguntó porque no podía hablar español si era mexicana. En ese momento sentí tanto miedo, no estaba acostumbrada de estar en problemas o que alguien me regañara. Yo no le dije nada por el miedo que tenía; sólo le respondí con mi hombros. Él también me empezó preguntar sobre mi padres y no podía responder. Me quede casi muda con la cara roja. Las manos las tenía mojadas por el sudor.
Después de varios minutos de interrogación, él nos devolvió nuestros documentos y nos abrieron la puerta de la carretera. Yo estaba tan aliviada cuando nos dijo que nos podíamos ir . Sentí como si me hubieran quitado un peso de encima. Pensé que todo se había terminado y nos podíamos ir. Pero, antes de irnos el soldado se acercó otra ves y le retó a mi padre, “Y usted enséñale español a su hija porque lo hablar raro.” Mi padre le respondió con un “sí” muy breve. Sin más ni menos, nos fuimos rumbo a la carretera. Me sentí tan mal cuando le dijo eso a mi padre; también sentí vergüenza.
Sentí que no pertenecía a ningún lado de la frontera.
Estos representan dos diferentes instantes del verano del 2012 donde me di cuenta de la importancia de hablar español/Castellano. Por esas experiencias decidí aprender hablar español otra vez. Aunque iba aprender a hablar español decidí, conscientemente, que no iba dejar de hablar Tarasco. Para mí es un orgullo grande poder hablar un idioma nativo de México y me identifico más con mi cultura purépecha que con la cultura española. Por esa razón, cuando hablo con mi familia hablamos Tarasco.
Hoy en día, cuento con todo el grupo que trabajaba en el restaurante Mexicano como buenos amigos. Cuando nos miramos, todo nos reímos de cómo yo antes no podía hablar con ellos en español. Me recuerdan que ellos me enseñaron hablar el español. Estos eventos cambiaron mi vida mucho porque no sólo aprendí español, también decidí estudiar una carrera como maestra de español. Ahora entiendo la importancia de saber más de un idioma. Por eso, le hablo español, purépecha, e inglés a mi hija. Me urge que ella pueda crecer con los tres idiomas que yo hablo y que ella pueda hablar con la gente de mi pueblo en nuestro idioma.